4º E.S.O.

SER CRISTIANO



La identidad cristiana se conforma en el encuentro transformador con Jesús de Nazaret. Quien se aventura, con toda su existencia, en el seguimiento de Jesús lo hace desde la fe en que él es el camino que conduce a la plenitud de lo humano, en que el amor es la verdad que Dios ha grabado en nuestros corazones y en que Dios mismo es nuestra esperanza. Creer, amar, esperar, aunque son verbos de uso coloquial, adquieren un nuevo sentido cuando se aplican a la comunidad de seguidores de Jesús.



PUNTO DE VISTA

Un joven judío fue al rabino y le dijo:
- Vengo a ti porque quiero ser tu discípulo.
El rabino le contestó:
- Me parece muy bien, pero bajo una condición. Antes tienes que responderme la siguiente pregunta: ¿amas a Dios?
El joven se entristeció y se quedó pensativo. Al cabo de unos instantes, exclamó:
- Sinceramente, no puedo decir que realmente amo a Dios con todo mi corazón. 
Entonces el rabino le contestó amablemente:
- Bueno, si no amas realmente a Dios, ¿tienes el deseo de amarlo profundamente? 
El joven pensó un momento y dijo:
- A veces siento dentro de mí con mucha fuerza el deseo de amarlo, pero la mayoría de las veces tengo tantas cosas que hacer, que este deseo desaparece en el trajín de la vida diaria.
El rabino esperó un momento antes de responderle:
- Si no se mantiene dentro de ti el deseo de amar a Dios, ¿tienes al menos el deseo de tener este deseo de amar a Dios?
El rostro del joven se iluminó y dijo al rabino:
- Eso es, exactamente. Tengo un deseo profundo de tener el deseo de amar a Dios. 
El rabino le dijo:
- Eso es suficiente. Ya estás en camino.
ANÓNIMO, Leyenda judia



LA FE Y LAS CREENCIAS

La fe

Los cristianos -ya desde la primera comunidad de Jerusalén (Hch 2.44)- se identifican a sí mismos como "los creyentes". La fe es el primero de los tres componentes fundamentales de la identidad de los seguidores de Jesús. La fe tiene tres dimensiones que se corresponden con tres acepciones del verbo creer: "creer que", "creer a" y "creer en". Para ser cristiano:
  • Lo primero es creer que existe Dios y las restantes verdades de la fe.
  • Lo segundo es creer a Cristo. El cristiano no cree esas verdades p le hayan ocurrido a él ni siquiera porque le parezcan razonables, sino porque Dios las ha revelado y su palabra le merece confianza. Imaginemos que alguien acepta todas las verdades cristianas, pero no porque han sido reveladas por Dios, sino porque coinciden con sus propias reflexiones. Seguramente se considerará a sí mismo un buen cristiano y los demás le tendrán por tal, pero en cuanto una de esas verdades deje de parecerle razonable se descubrirá que no es creyente ni lo había sido nunca.
  • Lo tercero es creer en Cristo. El cristiano es alguien que ha fundamentado fidelidad personal, entrega absoluta, confianza osada, paciencia que su vida sobre Cristo. Se trata de una actitud que incluye sentimientos de nunca desespera... San Pablo lo resume diciendo con sencillez: "Sé de quién me he fiado" (2 Tim 1,12).



EL NUEVO NACIMIENTO

Experiencias cumbre

Se puede llegar de diversos modos a la fe como experiencia personal de Dios. Puede ser por un acontecimiento repentino (como en el caso de san Pablo),  por un proceso gradual, pero perfectamente consciente (como san Agustín), que van transformando poco a poco a la persona sin que ella se percate, hasta que incluso por una evolución inconsciente: una acumulación de experiencias que un día se descubre de repente en posesión de una fe intensa que llegó sin ser notada. El momento en el que alguien constata que se ha enamorado de Dios debe incluirse en esa categoría que Maslow designó como "experiencias cumbre" en su libro Religions, Values, and Peak Experiences; es decir, un momento de plenitud que dio comienzo a una nueva orientación de sus vidas y permaneció durante el resto de sus días como un recuerdo decisivo. Por eso, los místicos emplean el lenguaje de los enamorados para referirse a su fe y su entrega a Dios. Igual que les ocurre a los enamorados con la persona amada, ellos no sabrían vivir sin Dios.
El descubrimiento de la fe es como un "segundo nacimiento". Recordemos que Jesús dijo a Nicodemo: "El que no nazca de nuevo no puede ver el reino de Dios" (Jn 3,3).

El bautismo. Un nuevo nacimiento desde la fe

Los primeros cristianos, que lógicamente no habían nacido en familias cristianas, se bautizaban ya adultos, cuando llegaban a la fe, y lo hacían por inmersión. Era un signo muy expresivo del nuevo nacimiento: se despojaban de sus vestiduras, entraban en las aguas de un río, o bien de una pequeña piscina que tenían entonces las iglesias, y el sacerdote sumergía por tres veces su cabeza mientras decía: "Yo te bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo".
Las renuncias y la profesión de fe que hacían antes de entrar en la piscina ilustraban cómo era la persona que debía morir en la piscina ("¿renuncias al dinero como el valor supremo de la vida...?") y cómo la que debía surgir tras el nuevo nacimiento ("¿crees en Dios Padre...?"; es decir, ¿crees que si Dios es Padre merece la pena fiarse de él y tratar a los demás hijos suyos como hermanos tuyos...?).



LA FE Y LAS CREENCIAS


El amor eros dice a la otra persona: 

"Te amo porque te necesito".

en cambio, cuando predomina el amor de ágape surge el amor maduro que dice:

"Te necesito porque te amo".

ERICH FROMM. El arte de amar





Amor ágape

Amar es otro de los componentes fundamentales de la identidad de los seguidores de Jesús, dicho por él mismo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado. [...] En esto conocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13.34-35).
Amar como Jesús no es algo que el ser humano pueda lograr por sí mismo, sino una virtud que Dios le regala inmerecidamente; no es el amor con el que  el ser humano empieza a amar, sino el amor que llama a su puerta y quiere quedarse a vivir con él. Recordemos Rom 5,5: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado". Naturalmente, en todo corazón humano estaba previamente ese amor humano que el griego clásico designa con la palabra eros pero, como si Dios pretendiera realizar una especie de injerto, el Espíritu Santo inocula allí el amor divino, que el griego bíblico llama ágape.
Una persona que tuviera en su corazón solamente eros amaría al otro para enriquecerse ella. Si existiera únicamente ágape -algo que solo ocurre en e caso de Dios-, amaría al otro para enriquecerle a él. Y si se ha producido el injerto de eros y ágape, ama para enriquecer a ambos a la vez.
Cuando en el injerto de ambos amores predomina el amor de eros resulta un amor inmaduro. Lógicamente, si predomina el amor de eros resulta difícil mantener una relación cuando deja de resultar gratificante, y se acaba valorando a las personas con el mismo criterio de utilidad que aplicamos a las cosas.
A la inversa, cuanto mayor peso tenga el amor de ágape en una persona más fácil le resultará amar a quienes los demás no aman.
 
 
CUATRO NOTAS DEL BUEN AMOR

El mandamiento del amor

Cuando "un doctor de la Ley preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro. cual es el mandamiento principal de la ley?, respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mt 22.35-39).
 
Cuatro notas del buen amor

Resulta, pues, que después de haber amado a Dios "con todo el corazón" queda todavía sitio en el corazón para "amar al prójimo como a uno mismo". Francisco de Osuna -un franciscano español del siglo XVI- decía en su libro Tercer abecedario espiritual que el amor de Dios es "más ensanchador que ocupador". Por eso, el test decisivo para saber si una persona ama mucho a Dios es observar cuanto se le ha ensanchado el corazón para amar a los demás, y en el juicio final (Mt 25,31-46) no se medirá el amor a Dios, sino el amor al prójimo.
Eso le permitió decir a san Juan de la Cruz: "A la tarde te examinarán en el amor" (Dichos de luz y amor). Ese examen final -el más importante que debe pasar cualquier ser humano- no debería ser difícil de aprobar porque el examinador ha "filtrado" previamente las preguntas. Con el fin de ayudar a prepararlo, repasemos cuatro notas del buen amor:

  • El amor no sabe de fronteras y alcanza incluso a los desconocidos (Lc 10, 25-37) y a los enemigos (Mt 5,44-45). Cuando dos personas que se aman se vuelven indiferentes al resto de sus semejantes, no deberíamos hablar de amor, sino de egoísmo a dúo. Y las consecuencias de esos egoísmos de grupo son muy graves para quienes no pertenecen al grupo.
  • El amor "todo lo espera" (1 Cor 13,7) y por eso las personas crecen cuando se saben amadas. En cambio, cuando la rutina se instala en las relaciones personales y ya nadie espera que la otra persona le sorprenda en cualquier momento con algo nuevo y mejor, es señal de que el amor ha desaparecido.
  • El amor "no busca su interés [...] ni lleva cuentas del mal" que le hacen (1 Cor 13,5); y tampoco del bien que él hace. Esto resulta muy difícil de conseguir a quienes hayan interiorizado la mentalidad mercantil propia de nuestra cultura. Para ellos, dar más de lo que reciben será siempre hacer un mal negocio, y dar sin recibir significará ser víctimas de una estafa.
  • El amor debe ser inteligente, porque un amor torpe podría hacer casi tanto daño como el odio.

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