El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de
consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de
la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada.
Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio
para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no
se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el
bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen
en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la
opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa
no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
3. Invito a cada
cristiano, en cualquier
lugar y situación en que se
encuentre, a renovar ahora
mismo su encuentro personal
con Jesucristo o, al menos,
a tomar la decisión de
dejarse encontrar por Él, de
intentarlo cada día sin
descanso. No hay razón para
que alguien piense que esta
invitación no es para él,
porque «nadie queda excluido
de la alegría reportada por
el Señor».
Al que
arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso
hacia
Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos.
Éste es
el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de
mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy
otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de
nuevo,
Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace
tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez
más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos
cansamos de
acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces
siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a
cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que
nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la
cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que
siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús,
nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida
que nos lanza hacia adelante!
PAPA FRANCISCO
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