Preguntas y respuestas
Desde el comienzo de los tiempos, la humanidad se ha hecho preguntas sobre los fenómenos naturales e incluso sobre su propia vida: ¿por qué llueve?, ¿por qué sale el sol?, ¿cómo surge la vida?, ¿quién nos ha creado?...
Todas las civilizaciones intentaron dar respuesta a estos interrogantes a través de relatos. Estos no fueron solo un referente para conocer el comienzo de la vida, sino también un modelo de conducta para las personas de la época enseñando, por ejemplo, que los malos actos, como la ambición y la soberbia, llevan a la muerte; mientras que los actos buenos, como la sencillez y la humildad, nos conducen a la vida. También le dan importancia a actitudes como el respeto a los mayores y la necesidad de cuidar la naturaleza.
La Biblia no es mitología
Muchos confunden los relatos literarios de la Biblia con los mitos de otras civilizaciones. Pero hay una serie de características que diferencian unos tipos de narraciones de otras.
La mitología no busca argumentos racionales; las explicaciones que da, aunque guarden alguna enseñanza, se basan en la magia y la fantasía.
Los relatos del Génesis (el pecado original, Caín y Abel, la torre de Babel...), aunque sean fantásticos, tienen un gran contenido simbólico, es decir, dentro de una historia ficticia hay un mensaje real. En la Creación, por ejemplo, se explica que el universo no ha surgido por casualidad, ni se ha formado por sí mismo, ni es el resultado de una disputa o pelea entre dioses.
El universo es algo querido por Dios, obra de su sabiduría y omnipotencia y reflejo de su perfección. Igualmente, los. dioses de otras religiones de la Antigüedad se diferencian en mucho del Dios judeocristiano. Las mitologías sumeria, maya o griega explican que los seres humanos fueron creados para servir y venerar a los dioses. En el libro del Génesis, es un acto de amor gratuito de Dios, quien hace a la persona a su imagen y semejanza. Por eso podemos afirmar también que los relatos de la Biblia sobre la Creación se diferencian de los mitológicos en la importancia que se le da al ser humano, que vive para compartir con Dios el dominio de lo existente desde la libertad, la responsabilidad y el deber de cuidar de toda la Creación.
Reflejos de su Creador
Si salimos del aula y paseamos por el campo, la montaña o la playa, abriendo bien los ojos y nuestros sentidos, podemos descubrir la grandeza de la Creación de Dios, la belleza de todo lo que nos rodea. Dios está presente y actúa en nuestra vida y nuestra historia.
Todo lo estudiado se entiende mejor aprendiendo de Jesús, el cual nos enseña a dirigirnos a Dios como nuestro Padre y comprender nuestra condición de hijos suyos. Esto conlleva la responsabilidad de cuidar, mimar y proteger todo, en especial al prójimo, creado también a imagen y semejanza de Dios como nosotros. El ser humano es dignificado por su vinculación con Dios, no por sus posibilidades económicas o sociales, sino porque cada uno tenemos un valor infinito, somos la obra más perfecta de la Creación de Dios.
Con ciencia
El conocimiento científico sobre el origen de la humanidad y del universo es relativamente reciente. En 1859 Charles Darwin (1809-1882) publicó El origen de las especies, en el que desarrollaba la teoría de la evolución, en aquel momento una hipótesis. A pesar de que Darwin argumentaba que sus ideas no contradecían la existencia de Dios, muchos, que veían en el texto bíblico una explicación literal de la Creación, se pusieron en contra. Si bien, esta no fue la postura oficial de la Iglesia y de hecho había científicos católicos que defendieron la evolución.
Poco después, en 1931, un sacerdote y matemático y astrónomo belga, llamado Georges Lemaître (1894-1966), planteó que el universo, en contra de lo que decían otros científicos, había tenido un comienzo. Defendía que toda la energía estaba concentrada en un punto, hasta que se liberó, comenzando a expandirse y originándose así la materia, el espacio y el tiempo. A este punto Lemaître lo llamó átomo primigenio. Hoy en día se le conoce con el nombre de singularidad y se sitúa hace unos 14 000 millones de años. Así nació la teoría del big bang.
Los descubrimientos de Darwin o la teoría del big bang no ofrecen ninguna prueba que excluya a Dios como Creador. Es más, para algunos resulta curioso que lo primero que aparece en la niebla de partículas tras el big bang sea la luz, al igual que en la Biblia (Gén 1, 1-5). Y es un hecho que la Iglesia católica no se ha postulado nunca en contra de ninguna de estas teorías. Los cristianos debemos tener claro que la explicación científica sobre el origen del mundo y la explicación teológica no se excluyen, sino que llegan a complementarse dando respuesta a algunos interrogantes de la humanidad.
En resumen, el creyente confía en la existencia de Dios y en su palabra revelada, y acepta como definitivas estas respuestas:


